jueves, 2 de diciembre de 2010

La profundización tiene quien la escriba

Néstor se nos fue en plena primavera. Enjuagándose todavía las lágrimas, sacando fortaleza de la debilidad, el Pueblo argentino dio una muestra más de estar vivo. Volvió a la Plaza, para despedir, pero también para pronunciarse. Hacer política revolucionaria es aprender a leer esos momentos históricos, sacar enseñanzas de la palabra puesta en acto de nuestro Pueblo. Como decía Marechal: “El Pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria.” Esa es la tarea de la militancia.
¿Cuál fue el mandato de aquella Plaza que le dio el último adiós a Néstor Kirchner?
Mezcla de dolor y esperanza, preocupación por la pérdida y la firme convicción de que debe mantenerse el rumbo impreso a la política argentina desde hace siete años. La Plaza gritó “no nos han vencido” en la garganta de miles de jóvenes que recuperaron la política como herramienta de transformación. La Plaza susurró para quien sepa oírla que no paga traidores. La Plaza se pronunció, de modo contundente, por poner en Cristina la fuerza para afrontar los nuevos desafíos.
No fue el final de un ciclo, tal como cuentan que fue la sensación que predominó en el Pueblo movilizado por la muerte del general Perón, el 1° de julio de 1974. Más bien fue el comienzo de una nueva etapa en el camino ascendente emprendido luego de dejar atrás la negra y larga noche del neoliberalismo.
Sobre la adversidad una vez más floreció la militancia, los mejores hijos de nuestro Pueblo, creciendo montados en ese brioso corcel que es el subsuelo de la patria sublevado.
Para muchos de nosotros, ese mandato implica una tarea pendiente, la construcción de una fuerza política que impulse el proceso hacia delante. Somos de los que creen que la mejor manera de defender a Cristina no es clamando moderación sino apoyando nuevas medidas que transformen aun más la vida cotidiana de los más humildes. Sólo un proyecto político que cambia las condiciones materiales de vida de los hombres y mujeres que habitan esta tierra, es abrazado como causa, como bandera, para llevar a la victoria.
Tenemos el desafío de construir herramientas que permitan potenciar esa militancia resurgida. Estas se construyen sobre la unidad de los que hacen y sobre un proyecto nacional transformador, que hace las veces de la utopía de Galeano, sirviéndonos para caminar.
La construcción de una Corriente Nacional de la Militancia se vuelve más que una opción, casi una obligación de las organizaciones políticas y sociales que componen el kirchnerismo en general y el peronismo kirchnerista en particular.
Sabemos que es necesaria la constitución de una tercera pata diferente, pero no antagónica a la que conforman el pejotismo institucionalizado –gobernadores e intendentes– y el radicalismo K –en algunas provincias–, por un lado; y con la Corriente Nacional del Sindicalismo peronista que conduce Moyano, por el otro.
Sabemos que se vienen tiempos de defender el proyecto nacional contra los embates externos de una oposición políticamente mediocre, pero con gran impulso mediático. Los grupos económicos no van a consentir graciosamente una nueva victoria electoral de Cristina. Están dispuestos –como es manifiesto– a dar pelea.
Pero también estamos convencidos que va a haber una fuerte disputa en el seno del propio Frente para poner el sentido y el ritmo a las políticas de nuestro gobierno. Algunos creen que con lo que se hizo ya alcanza. Es más, a veces hasta se pasó un poco de la raya (¡qué mal lo comprendieron a Kirchner!). Otros queremos ir por más, por el empoderamiento de nuestro Pueblo, para que las transformaciones se encarnen, para que se institucionalicen –incluso constitucionalmente– muchos avances y para que podamos conquistar la independencia económica en el control de nuestros recursos estratégicos.
Son tiempos de bancar a Cristina, son tiempos de construir un Néstor colectivo.
Miles y miles de hombres y mujeres se acercan dispuestos a aportar su granito de arena. Cientos de miles de jóvenes empiezan a ver que el futuro ya llegó y está en sus manos. Crece el protagonismo de aquellos que no están dispuestos a ser espectadores sino artífices de su propio destino. La mentada profundización tiene quien la escriba. Y cuando el Pueblo se pone de pie en comunión con quien lo conduce, nada ni nadie los detiene.



Por Marcelo Koenig

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